Si en algo ha destacado, a lo largo del transcurrir de los tiempos, Cataluña, es en su dinamismo social y económico. La burguesía tuvo su primer despertar en esta tierra, catalanes fueron muchos de aquellos hombres cuya iniciativa ayudaron a salir a España de su letargo histórico y muchos los emprendedores que han dado a nuestra sociedad un nombre más allá de nuestras fronteras.
Y sin embargo, cuando el tejido industrial y empresarial se vuelve más competitivo, cuando la solidez de penetración en los mercados y su fidelización se convierte en hecho fundamental para el sostenimiento de este “status quo” en el que vivimos. Precisamente en este momento, es cuando los políticos catalanes, han dado la espalda al desarrollo creado durante generaciones.
Me explicaré, cuando hablamos de empresas, hablamos de capacidad comercial y de esta depende éxito de las mismas. No sólo hay que tener un buen producto, un precio competitivo o una gestión efectiva, además y sobretodo hay que vender, y en esto siempre nos han dado lecciones a cualquier punto cardinal de “esto” llamado Estado.
Pero a todo a lo anteriormente dicho, hay que unir que los mercados están compuestos de personas, y a éstas hay que añadirles un componente sociológico o emotivo que lleva a tomar decisiones, más allá de gustos o precios. Y esto es lo que han olvidado los que gestionan los intereses “la terra”.
No vale, no sirve, apoyarse en que odios, en recelos al centralismo “central”. No se pueden cometer errores que terminen pagando aquellos que aportan los capitales humanos y económicos necesarios para hacer una Cataluña importante.
Y sin embargo, cuando el tejido industrial y empresarial se vuelve más competitivo, cuando la solidez de penetración en los mercados y su fidelización se convierte en hecho fundamental para el sostenimiento de este “status quo” en el que vivimos. Precisamente en este momento, es cuando los políticos catalanes, han dado la espalda al desarrollo creado durante generaciones.
Me explicaré, cuando hablamos de empresas, hablamos de capacidad comercial y de esta depende éxito de las mismas. No sólo hay que tener un buen producto, un precio competitivo o una gestión efectiva, además y sobretodo hay que vender, y en esto siempre nos han dado lecciones a cualquier punto cardinal de “esto” llamado Estado.
Pero a todo a lo anteriormente dicho, hay que unir que los mercados están compuestos de personas, y a éstas hay que añadirles un componente sociológico o emotivo que lleva a tomar decisiones, más allá de gustos o precios. Y esto es lo que han olvidado los que gestionan los intereses “la terra”.
No vale, no sirve, apoyarse en que odios, en recelos al centralismo “central”. No se pueden cometer errores que terminen pagando aquellos que aportan los capitales humanos y económicos necesarios para hacer una Cataluña importante.
No se puede despreciar unas olimpiadas porque no sean en tu tierra, no se puede despreciar ni aunque sea con las palabras a aquellos que suponen tu primer y más importante mercado y estos errores se pagan caros.
Cataluña lleva muchos años siendo referencia y ni “egoismos nacionalistas innecesarios” ni aportaciones lingüísticas territoriales ayudan. España es un excelente socio, el mejor, para esta tierra, muchas son las Pymes que exportan a otros territorios creando riqueza para los que aquí vivimos y no podemos olvidarlo.
Y si alguno se pregunta, ¿Porqué nos odian? Quizás porque tenéis dinero, pero seguramente no es odio, es envidia, envidia de no tener el desarrollo y la fuerza que Cataluña tiene.
Cataluña lleva muchos años siendo referencia y ni “egoismos nacionalistas innecesarios” ni aportaciones lingüísticas territoriales ayudan. España es un excelente socio, el mejor, para esta tierra, muchas son las Pymes que exportan a otros territorios creando riqueza para los que aquí vivimos y no podemos olvidarlo.
Y si alguno se pregunta, ¿Porqué nos odian? Quizás porque tenéis dinero, pero seguramente no es odio, es envidia, envidia de no tener el desarrollo y la fuerza que Cataluña tiene.
Así que tenemos dos opciones, trabajar por el interés general, que es el propio, o dedicarnos a mirarnos el ombligo y dejar que otros te igualen.
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