lunes, 11 de mayo de 2009

MARTÍN, DE PROFESIÓN, CUIDADOR DE PERROS

Hace mucho tiempo de esta historia, pero este fin de semana, salió a colación el asunto y con el objeto de no aburriros con mis "mítines" (como me repetía Gordito en los aquellos maravillosos viajes) voy a contarla.
El protagonista, el personaje de camisa (nadie recuerda en el barrio haberlo visto de esta "guisa"). El otro protagonista, Otto, el perro de mis suegros.
La situación, un fin de semana aprovechado por los dueños del perro para darse una vuelta por mi añorada Cerdanya. El caso es que una de dos, o mis suegros estaban realmente desesperados en colocar al perro o no había otro incauto al que "colocarle el mochuelo".
El caso es que Martín, que otra cosa no, pero perezoso para dar la vuelta a su "Lisa" no es, decidió sacar a pasear al "chucho", vueltecita por aquí, espera en la puerta del bar (todo un clásico) y vuelta pa´casa.
Lisa iba suelta (que para eso es la de casa), Otto iba atado (por si acaso), y los tres al ascensor, un poquito de revolución el perro con la perra y Martín con los dos, uno para dentro y vamos al tercero, en ese momento Martín tiene la sensación de que algo no funciona, se cierra la puerta y siente que la cuerda que sujetaba al can se eleva conforme sube el elevador. Martín no entiende nada, y de repente, ¡MIERDA! falta el perro negro.
¡La he liado parda!. Martín se vuelve loco, empieza a darle a los botones con la sensación de haber sentenciado al perro, para entonces el cordaje se ha partido y solo puede pensar en qué "cojones" le va a contar a su hermano cuando vuelvan de su finde.
Consigue bajar de nuevo, se abre la puerta y allí estaba Otto, con cara de de pocos amigos, con la otra parte de la cuerda colgando de su collar y supongo que pensando si no había otro "cabrón" con quien pudieran haberle dejado....

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