Si algo tiene la política catalana es que a priori hace difícil un pronóstico claro de los resultados, y visto lo visto, a posteriori las cuentas (con todas las reservas que se quieran) cuadran.
Tras siete años de tripartito, con contínuos enfrentamientos, debates identitarios y percepción de desgobierno contínuo, lo evidente tenía que suceder, y por ello ni sorprende ni entusiasma que CIU de nuevo ocupe el gobierno de la comunidad.
Y tan evidente como la victoria convergente, resulta la derrota socialista. El PSC ha sufrido la ineficacia de una Iniciativa que tiene más de idealista que de gestión y sobretodo de una ERC que ha sumido a los partidos del gobierno en una contínua contradicción ideológica y programática. La sensación general es que cada uno hacía la guerra por su cuenta, y así difícil, muy difícil.
Si a semejante cocktail le añadimos la aparición de nuevos partidos independentistas, lo de Esquerra ha terminado es escabechina electoral, sangrando por su fundamentalismo, con la sangría que produce que "otros" tomen tu discurso, lo exacerben y provoquen la huída hacia nuevos "mesías" la Nación imaginaria. Haced un esfuerzo, sumad ERC+SI+ReI, y casi tendréis los resultados del primero en 2006, amén de vueltas a la Casa Gran del soberanismo (por algo los llaman los hijos díscolos). Fragmentación y no crecimiento, es el techo del independentismo catalán, les guste o no.
Entre tanto descalabro aparece el PP, con un discurso un tanto bronco, más inmigración que economía y alguna que otra metedura de pata de los de "Nuevas", al final, y conste que es opinión propia, lo que han hecho es no pescar en otros caladeros (obsesión histórica del centro-derecha en esta tierra) si no sacar de la abstención a aquellos que terminan votando popular cuando llegan las generales. Mucho trabajo de por medio para lograr el cambio a nivel nacional, dado que también cuando llegan dichas elecciones los socialistas suman un ejército de convencidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario