Llegué a Santander dormido, la noche había pasado su factura y mi cuerpo necesitaba descanso. Pero cuanto más deseas algo, antes se complica. Así que, pronto descubrimos que las habitaciones no estaban listas, y que tendríamos que esperar para poder disfrutar de un rato de cama y sueño.
Dimos una vuelta por la capital cántabra, acabamos tomando tapas y refrescos cerca de la sede central del Banco Santander y pronto un grupo decidimos que era hora de cabeza-almohada.
Compartí guarida con el homenajeado, y los dos en calzoncillos, tele encendida y siesta. Cada media hora me despertaba y miraba a mi compañero de habitación diciéndole "que bueno" y es que no hay nada como dormir cuando tienes el cuerpo "dolorido" de la batalla. Y la del viernes fue a "cara de perro".
Cerca de las cinco se rompió nuestra tranquilidad. Jesús y Javito (como bien dijo Héctor, menos mal que lo vemos cada ocho años, porque tiene peligro el Javito) decidieron que era hora de "quemar" Santander, pronto se nos unió Eloy y se lio la "marimorena". Yo ya tenía la impresión que nuestro "ataque" venía a destiempo, pero cuando uno es "juguetón" y se mete en "harina" poco hay que hacer. Para la hora de la cena, la cerveza nos había colocado en el pelotón, aunque la noche se encargaría de ponernos en nuestro sitio.
Tapeamos (por cierto bastante bien) por el centro, ¿disfrutamos? de unas cervezas en un tugurio (parece que le tienen alergia al aire acondicionado por aquellos lares) y terminamos yendo a buscar a un amigo de Ernesto que nos haría de guía. Recorrimos unos cuantos bares atestados de gente (y es que eran fiestas), estuvimos en un enorme botellón y buscamos asilo en garitos de más "alta alcurnia", pero el mal estaba hecho. Un viernes a "degüello", un sábado sin respiro y demasiadas horas en pie, hicieron al cuarto gin-tonic que mi cuerpo dijera basta. Peleé contra él, intenté hacerle entender que era una oportunidad única, obligué a mi estómago a ceder con un red bull, pero no podía....y juro que es muy difícil explicar cómo se siente uno, cuando su mente quiere y su cuerpo le falla.
Así que cerca de las 3 de la mañana, miré a Ronchetas y le susurré al oído "Dame la absolución, dime que no te fallo", porque no podía más....que triste, con lo que yo he sido.....Y así fue, otros ante mi huída, decidieron (como bien dijo mi amigo Roncho) que "un cobarde vale para dos guerras" y aquella estaba perdida....
El domingo, el estómago parecía estar en su sitio y la cabeza más centrada, así que dedicamos la mañana y el mediodía a pasear por las playas santanderinas, tomar un pincho con una cerveza y repasar lo sucedido (amén de pronosticar nuestros futuros divorcios, que Jesús para dar ánimos es único).
Y así, jodidos pero contentos, volvimos a casa, de nuevo en un enorme autobús, con la conciencia tranquila, el orgullo destrozado y la sonrisa en la boca. Porque señores, los Reyes siempre serán los Reyes....
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