
Confirmado. Pasamos, o mejor dicho, pasé toda la semana como el niño que espera ansioso el momento de irse a dormir para despertarse y encontrar los regalos en el árbol. El viernes, y pese a que estuve entretenido, no veía que el reloj se acercase a las 14:30 para que Mou me recogiera y partíeramos hacia nuestro destino, Valencia.
Y tan larga como fue la espera, corto fue el fin de semana.
Aunque cierto es que algunas cosas han cambiado. Y así este fin de semana nos recordó que pasados los treinta, los viernes noche están hechos para descansar, aunque cierto es que algunos nos llega antes el sueño que a otros, porque Mario y Flamenco amanecían pasadas la ocho por el hotel. Y es que los genes, son los genes.
También os diré que tiene su punto levantarse un sábado de Certamen sin ese molesto dolor de cabeza y aunque casando sin resaca. Comida, ensayo (pacharanes) incluídos y al escenario. Y ese momento que tanto os decía que echaba de menos hace un par de años, hoy me sigue pareciendo el mejor momento del mundo. Otra cosa será que con un poco más de práctica el resultado hubiera sido otro, pero eso, cuando estás rodeado de amigos, disfrutando, riendo y cantando, el resultado es lo de menos.
Y el domingo, pues en contra de lo que podía esperarse de mi llegada a la habitación (cual tarambana distraído), todo parecía estar en su sitio, incluso mi estómago, así que ni rastro de aquellas pizzas de antaño, y una paella en familia para despedir el evento.
Diferente, pero mágico, como siempre, algo especial, para lo que no existen palabras.....
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